2008/04/05

LUGARES COLOMBINOS


Monasterio de la Rábida

Sin el descubrimiento de América, La Rábida hubiera pasado inadvertida, olvida, como tantos antiguos eremitorios, pero con su Gesta Descubridora se alzó "como símbolo solariego de naciones".

Así la leyenda ha acumulado en entorno a este sitio recuerdos y reminiscencias de las diferentes gentes y pueblos que en a remota antigüedad hubo en esta comarca. Hermosas leyendas y tradiciones contadas en estos lugares, nos trasladan hasta las épocas más fabulosas y antiguas.

Fenicios, romanos, árabes y cristianos serán los núcleos de población que la leyenda hace habitar en este lugar hasta la erección histórica de este convento-santuario hacia 1403.

Los Fenicios, cuya actividad marinera y mercantil se desarrolló mucho en esta comarca del Tinto-Odiel, establecieron aquí, un lugar consagrado al dios protector de Tiro, a quién ofrecían cruentos sacrificios de víctimas humanas y de animales. Tenían los fenicios dos apelativos para designar las formas de su divinidad: Adón, El Señor; Baalad y Rabbad, la Señora. De este último vocablo derivan algunos la voz Rábida.

Al inicio de s. II de la era cristina, bajo el Imperio de Trajano, templo en el promontorio de la Rábida es consagrado en honor a Proserpina, diosa del infierno e hija de Júpiter y Ceres, protectora de la rabia. En él, se celebraron anualmente fiestas en las que se sacrificaba una doncella tocada en suerte. Cuenta la leyenda que sobrevino sobre esta comarca una espantosa enfermedad de rabia y que la población atemorizada por ello acudió a esta diosa en súplica de auxilio. Obtenida la salud, hicieron grandes fiestas en su honor, pero habiéndose reproducido después, el pueblo lo atribuyó al enojo de Proserpina, que para aplacarla se volvió a sacrificar doncellas. De nuevo, algunos, hacen proceder del vocablo rábida, a la persona o cosa relacionada con la rabia.

La tradición romana termina para dar comienzo a la cristiana, donde se venera al Dios verdadero, dedicándolo a María, Madre de Dios.

Pero, si duda, también la tradición árabe se hizo presente en este convento. En él estuvo emplazado un morabito o fortaleza, denominada Rábhita, del cual procede la denominación más probable del actual convento.

Sin embargo, no pudo faltar dentro de la leyenda y cerca de la historia, el deseo de dar a este histórico sitio la máxima antigüedad franciscana, haciéndolo fundación del mismísimo padre San Francisco, en 1212.

Hoy por hoy, este convento se identifica con un edificio sencillo, gozosamente humilde e inconfundiblemente seráfico.

El convento actual, aunque a través de cinco siglos ha incorporado a su antiguo edificio algunas piezas nuevas, conserva en su conjunto arquitectónico la fisonomía de su traza primitiva, que data del s. XV.

Cuatro partes fundamentales forman el histórico convento:

La Iglesia-Santuario. Hermosa y recogida pieza mediaval. construida en el s. XV, que conserva todavía el encanto en su humilde arquitectura. Preside el templo una arcaica y hermosa escultura de Jesucristo crucificado en el centro del ábside de la capilla mayor. Pero en una de sus capillas, se venera a Sta. María de la Rábida, Ntra. Sra. de los Milagros.
La Fachada-Portería. Tras la puerta está el vestíbulo interior, que comunica con la sala de las pinturas murales al fresco sobre el Descubrimiento de América, obra del pintor onubense Don Daniel Vázquez Díaz (Nerva).
El Claustro de la portería u hospedería. Es una pieza del s. XV, aunque sus galerías y habitaciones superiores se construyeron en los últimos años del s. XVIII.
El Claustro de la clausura. Levantado en la primera mitad del s. XV. Por él se tiene acceso directo hacia varias habitaciones y dependencias, entre las cuales se destaca: la sala de conferencias y el antiguo refectorio.


Todo ello y mucho más, podrá ser apreciado por todo visitante que se acerque a estos lugares. En el Monasterio, podrán introducirse en esta Historia de manos de los hermanos Franciscanos, descendientes directos de aquellos que meditaron sobre tan magno proyecto.

Entre sus muros y estancias podrá percibir aún el olor a papiro de cuantos manuscritos, documentos o portafolios debieron estudiarse. Podrá imaginar las horas de ensueño y fantasía que transcurrieron mientras dormitaban, escuchar las ocultas conversaciones que pudieron darse en cada uno de sus aposentos y rincones, o las salves que oraron postrados ante el altar de Ntra. Sra. de los Milagros.

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